Dimensiones de la sustentabilidad
![Resultado de imagen para dimensiones de la sustentabilidad](https://sustentabilidadenlauniversidad.files.wordpress.com/2014/10/sustentabilidad-21.jpg)
Para definir cabalmente la sustentabilidad es necesario
considerar todas sus dimensiones de manera articulada, dado que en caso
contrario, se cae en reduccionismos inconducentes.
En tal sentido, en este módulo daremos cuenta, entre otras dimensiones, de:
• La sustentabilidad ecológica o ambiental que exige que el
desarrollo sea compatible con el mantenimiento de los procesos ecológicos, la
diversidad biológica y la base de los recursos naturales.
• La sustentabilidad social que requiere que el desarrollo aspire a fortalecer
la identidad de las comunidades y a lograr el equilibrio demográfico y la
erradicación de la pobreza.
• La sustentabilidad económica que demanda un desarrollo económicamente
eficiente y equitativo dentro y entre las generaciones presentes y futuras.
• La sustentabilidad geográfica que requiere valorar la dimensión territorial
de los distintos ambientes. Se trata de una nueva perspectiva o dimensión ya
que a pesar de que existe consenso, en los foros internacionales, sobre la
importancia y dimensiones de este concepto; la realidad es que su aplicación en
distintas escalas geográficas, especialmente en las escalas nacional, regional
y local es todavía muy incipiente. Además, existe una subvaloración de la
dimensión territorial que puede traer consecuencias negativas en la
planificación del desarrollo sostenible.
Por lo demás, también se considera la sustentabilidad
cultural, política y la dimensión educativa para completar el carácter complejo
que abarca este concepto.
La
dimensión ecológica o ambiental
![Resultado de imagen para dimension ecologica](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi4DRiQikgMKhyymTkZ7-048-Lso5h1N0UjWcrPpUXxfm3R4DxeIOr9duPNjt1usKOw2wGeGXQIkVBmJr8CNPoZ6HDNsorVEKc_uqaN2jIXJNAljyIoy7I0L21ETUEctu8UgSeNQ8j3ZasU/s1600/descarga+%25282%2529.jpeg) |
|
La dimensión ecológica de la sustentabilidad
promueve la protección de los recursos naturales necesarios para la seguridad
alimentaria y energética y, al mismo tiempo, comprende el requerimiento de la
expansión de la producción para satisfacer a las poblaciones en crecimiento
demográfico. Se intenta así superar la dicotomía medio ambiente-desarrollo,
aspecto nada sencillo a juzgar por los impactos ambientales de los modelos
económicos neoliberales vigentes en el mundo contemporáneo.
La dimensión ecológica de la sustentabilidad está condicionada por la
provisión de recursos naturales y de servicios ambientales de un espacio
geográfico. Es posible advertir que si bien la abundancia de recursos naturales
no garantiza el carácter endógeno del desarrollo sustentable, como lo
demuestra la circunstancia de tantos países subdesarrollados que poseen una
importante dotación de recursos hídricos, minerales o energéticos; no hay duda
que constituye el potencial básico del desarrollo territorial.
Es fundamental incorporar la dimensión ecológica en la toma de decisiones
políticas y, asimismo, es necesario examinar las consecuencias ambientales de
la apropiación de los recursos naturales que cada sociedad promueve en las
distintas etapas históricas.
La sustentabilidad ecológica se refiere a la relación con la capacidad de carga
de los ecosistemas, es decir, a la magnitud de la naturaleza para absorber y
recomponerse de las influencias antrópicas.
La capacidad de carga es el máximo número de personas que pueden ser soportadas
por los recursos de un territorio y se define normalmente en relación a la
máxima población sustentable, al mínimo nivel de vida imprescindible para
la supervivencia. El concepto de capacidad de carga permite evaluar los límites
máximos del crecimiento de la población según diversos niveles tecnológicos.
La capacidad de carga puede tener también varios significados. Cuando se trata
de recursos renovables (reservas de aguas subterráneas, árboles y vegetales
diversos, peces y otros animales) este concepto se refiere al rendimiento
máximo que se puede obtener indefinidamente sin poner en peligro el capital
futuro de cada recurso. En el caso de la contaminación (vertidos líquidos y
gaseosos en ríos, lagos, océanos y en la atmósfera) la capacidad de carga se
refiere a las cantidades de productos contaminantes que estos receptores pueden
absorber antes de ser irremediablemente alterados.
Para el caso de los recursos naturales renovables, la tasa de utilización
debiera ser equivalente a la tasa de recomposición del recurso. Para los
recursos naturales no renovables, la tasa de utilización debe equivaler a la
tasa de sustitución del recurso en el proceso productivo, por el período de
tiempo previsto para su agotamiento (medido por las reservas actuales y por la
tasa de utilización). Si se toma en cuenta que su propio carácter de “no
renovable” impide un uso indefinidamente sustentable, hay que limitar el
ritmo de utilización del recurso al período estimado para la aparición de
nuevos sustitutos.
La
dimensión social
![Resultado de imagen para dimension social](https://maryavilacomunoral.files.wordpress.com/2012/04/captura-de-pantalla-2011-05-08-a-las-22-02-45.png)
Sabido es que el origen de los problemas ambientales guarda
una relación estrecha con los estilos de desarrollo de las sociedades
desarrolladas y subdesarrolladas. Mientras en las primeras el sobreconsumo
provoca insustentabilidad, en las segundas es la pobreza la causa primaria de
la subutilización de los recursos naturales y de situaciones de ausencia de
cobertura de las necesidades básicas que dan lugar a problemas como la
deforestación, la contaminación o la erosión de los suelos.
En relación con la sustentabilidad social, debemos tener en cuenta que ella
implica promover un nuevo estilo de desarrollo que favorezca el acceso y uso de
los recursos naturales y la preservación de la biodiversidad y que sea
“socialmente sustentable en la reducción de la pobreza y de las
desigualdades sociales y promueva la justicia y la equidad; que sea
culturalmente sustentable en la conservación del sistema de valores, prácticas
y símbolos de identidad que, pese a su evolución y reactualización permanente,
determinan la integración nacional a través de los tiempos; y que sea
políticamente sustentable al profundizar la democracia y garantizar el acceso y
la participación de todos en la toma de decisiones públicas. Este nuevo estilo
de desarrollo tiene como norte una nueva ética del desarrollo, una ética en la
cual los objetivos económicos del progreso estén subordinados a las leyes de
funcionamiento de los sistemas naturales y a los criterios de respeto a la
dignidad humana y de mejoría de la calidad de vida de las personas”. En
relación con estas apreciaciones de Guimarães, la dimensión aludida se
relaciona estrechamente, además, con los aspectos culturales y políticos de las
sociedades.
Pero no sólo la sustentabilidad deberá promover cambios cualitativos en el
bienestar de las sociedades y afianzar el equilibrio ambiental planetario, sino
que deberá considerar la dimensión social en su más profundo sentido. Esto se
comprende si se expresa que es natural que un ser humano en situación de
extrema pobreza, exclusión o marginalidad no pueda tener un compromiso estrecho
con la sustentabilidad. Por ejemplo, no se le podrá pedir a quienes no tienen
leña para calefaccionar sus hogares que no talen de manera desmedida los
árboles cercanos a sus casas o sobreconsuman las especies y sobrepastoreen los
suelos con sus ganados. En sentido contrario, en situaciones de riqueza, las
poblaciones tienden al sobreconsumo y, por lo tanto, tampoco se comprometerán
con la sustentabilidad, hecho que es notorio en las grandes ciudades, en las que
la cultura del shopping, la comida chatarra, el gasto exagerado de energía y
agua es moneda corriente.
En términos de la relación entre estos dos extremos de la sociedad, no hay duda
que la inserción privilegiada de unos –los ricos-, en el proceso de acumulación,
y por ende en el acceso y uso de los recursos y servicios de la naturaleza, les
permite transferir a los otros –los pobres-, los costos sociales y ambientales
de la insustentabilidad a los sectores subordinados o excluidos. Ello implica,
especialmente en los países periféricos, con graves problemas de pobreza,
desigualdad y exclusión, que los fundamentos sociales de la sustentabilidad
suponen postular como criterios básicos de política pública los de la justicia
distributiva, para el caso de bienes y de servicios, y los de la
universalización de cobertura, para las políticas globales de educación,
salud, vivienda y seguridad social.
El debate economía - medio ambiente es uno de los que ha
suscitado las polémicas más arduas en términos de su relación con la
sustentabilidad. Se ha señalado con razón que aún la ciencia económica no tiene
una respuesta convincente a la crítica ecológica. La economía falla al valorar
la riqueza global de las naciones, sus recursos naturales y especialmente los
precios de las materias primas. Por ejemplo, si nos referimos al precio de los
recursos energéticos agotables, es evidente que su valoración siempre es menor
que la real en términos de su preservación para las futuras generaciones.
También es posible cuestionarse si el precio que las industrias tienen que
pagar por insertar residuos no reciclados al ambiente tampoco sea el racional.
Entonces, cuáles serán los precios adecuados. Aquí se incorpora usualmente la
noción de externalidades como los aspectos ambientales que no tienen valoración
cuantitativa en la contabilidad o en el proceso de producción. De allí la
importancia de valorizar los recursos al menos por su costo de reposición y
construir con ellos por ejemplo, cuentas del patrimonio natural para saber qué
y cuánto tenemos, cómo lo podríamos usar en diferentes alternativas y cuánto
nos queda en cada caso.
Para desarrollar el tema de la dimensión económica de la sustentabilidad se
puede plantear la pregunta: ¿es posible la sostenibilidad ambiental
con la economía de mercado? Esta cuestión requiere de un debate en el que se
requiere admitir como modelo económico sostenible desde el punto de
vista ambiental a aquél que se adecua a los ciclos biogeoquímicos de la
materia, y le permite así perpetuarse en el tiempo. Existen una serie de
acuerdos que al establecer determinadas metas ambientales, de manera de influir
en las formas, productos y subproductos de las actividades económicas. Existen
también normas que promueven influir en la mejora ambiental de la actividad de
una empresa, pero cuya aceptación y desarrollo son plenamente voluntarias,
(normas ISO 14000). A otra escala, también existen procedimientos de evaluación
de los impactos ambientales generados por un proyecto o actividad.
Pero sin duda la pregunta trae a colación, según el mismo autor, otra que
plantea: ¿es posible hacer sostenible la relación que mantienen la
economía y el medio natural sin cambiar el modelo económico? El modelo
económico actual se basa en la búsqueda de la plusvalía. Toda actividad está
hecha a través de esta lógica, en la que además el interés privado prevalece
sobre el interés colectivo. El dueño de los recursos tiene derecho a
explotarlos de la forma que mejor convenga a sus intereses, es decir de la
forma que mayor plusvalía obtenga. Visto el panorama, las administraciones
parecen intentar hacer lo posible por que la mayor plusvalía se obtenga
realizando actividades sostenibles, ya sea mediante ayudas a la mejora
tecnológica o certificando sellos que mejoren la imagen de la empresa. Pero el
camino andado en este sentido ya que sólo se producen mejoras parciales y el
modelo económico sigue siendo insostenible.
La evolución de la sociedad hacia estilos de producción y
consumo sustentables implica un cambio en el modelo de civilización hoy
dominante, particularmente en lo que se refiere a los patrones culturales de
relación sociedad-naturaleza. “La adecuada comprensión de la crisis supone pues
el reconocimiento de que ésta se refiere al agotamiento de un estilo de
desarrollo ecológicamente depredador, socialmente perverso, políticamente
injusto, culturalmente alienado y éticamente repulsivo. Lo que está en juego es
la superación de los paradigmas de la modernidad que han estado definiendo la
orientación del proceso de desarrollo. En ese sentido, quizás la modernidad
emergente en el Tercer Milenio sea la `modernidad de la sustentabilidad´, en
donde el ser humano vuelva a ser parte de la naturaleza”(16).
La sustentabilidad no sólo debería promover la productividad de la base de los
recursos y la integridad de los sistemas ecológicos, sino también los patrones
culturales y la diversidad cultural de los pueblos.
Actualmente, la principal causa de la insustentabilidad posee una dimensión
cultural, según cómo sea la cosmovisión o forma de ver el mundo. Desde ésta
perspectiva, la cultura occidental contemporánea es insustentable. Su relación
con el entorno se fundamenta en la idea de la apropiación de la naturaleza como
una inagotable fuente de recursos.
La sustentabilidad cultural comprende la situación de equidad que promueve que
los miembros de una comunidad o país, tengan acceso igual a oportunidades de educación y
aprendizaje de valores congruentes con un mundo crecientemente multicultural y
multilingüe y de una noción de respeto y solidaridad en términos de sus modos
de vida y formas de relación con la naturaleza.
El "Informe sobre los Recursos Mundiales - 1992",
elaborado por el PNUD, enfoca el desarrollo sustentable como un proceso que
requiere un progreso simultáneo global en las diversas dimensiones: económica,
humana, ambiental y tecnológica. Como se ve, inicialmente se soslayaba la
dimensión geográfica en su significado específicamente territorial, pues el
ambiental está naturalmente explicitado.
Si se tiene en cuenta la dimensión geográfica de la sustentabilidad se advierte
que tendrá diferentes interpretaciones para una aldea africana, una
aglomeración latinoamericana o una nación industrializada europea. Tal vez la
sustentabilidad sea más relevante para un estado industrial por el deterioro
que es ostensible, mientras la sustentabilidad no sea aún “consciente” para una
aldea africana y, demás está decirlo, ha sido practicada por las culturas
precolombinas.
Las dimensión geográfica –también denominada territorial-, de la
sustentabilidad constituye uno de los principales desafíos de las políticas
públicas contemporáneas –de ordenamiento y planificación ambiental-, que
requiere territorializar la sustentabilidad ambiental y social del desarrollo
y, a la vez, sustentabilizar el desarrollo de las regiones, es decir,
garantizar que las actividades productivas de las distintas economías
regionales promuevan la calidad de vida de la población y protejan el
patrimonio natural para resguardarlos para las generaciones venideras
La afirmación del Informe sobre recursos naturales de que no existen ejemplos
de desarrollo sustentable a nivel nacional y que ni los países industriales, ni
las economías emergentes, por ejemplo, de Asia Suroriental, ofrecen modelos
adecuados, se sustenta en que todavía ha sido poco considerada su dimensión
geográfica en términos de ordenación territorial. Se plantea entonces ¿cuál es
la viabilidad del desarrollo sustentable en los países latinoamericanos, por
ejemplo, frente a políticas macroeconómicas de altísimos impactos ambientales y
territoriales negativos? El modo de equilibrar el actual modelo de "subdesarrollo
insustentable" es mediante la inserción de la dimensión ambiental y de la
dimensión geográfica en la política, aspectos insuficientemente relevantes en
los países latinoamericanos en los que se difunde un discurso ambiental pero no
una verdadera política ambiental.
La dimensión geográfica de la sustentabilidad implica el progreso armónico de
los distintos sistemas espaciales/ambientales, atenuando las disparidades y
disfuncionalidades del territorio, además de promover sus potencialidades y
limitar las vulnerabilidades. La dimensión territorial en la acción y gestión
de gobierno constituye una visión globalizadora del desarrollo, un corte
horizontal en la integración de los diferentes sectores y niveles
gubernamentales. "El objetivo final de la ordenación territorial es lograr
una relación armónica entre el medio ambiente y los asentamientos humanos con
el propósito de disminuir las desigualdades regionales y lograr un desarrollo
socialmente equilibrado, respetando la naturaleza". Para lograr ese
objetivo es necesario pensar que la relación hombre-ambiente no se define a
través de generalizaciones macro sino en una escala de relevancia inmediata, de
vida. Es la escala local y su integración en la escala regional, un principio
de organización fundamental que requiere autonomía de decisiones.
La defensa de los grupos indígenas y rurales contra las industrias extractivas,
las grandes represas, la deforestación comercial o las plantaciones uniformes
de árboles, la resistencia de los organismos no gubernamentales genuinos, es
parte de la defensa de la identidad de los pueblos. Ahora bien, la semejanza
estructural de muchos conflictos ecológicos alrededor del mundo en culturas muy
diferentes, también el hecho que el concepto de justicia ambiental sea usado no
sólo en Estados Unidos sino en Brasil y en Sudáfrica, teniendo en cuenta la
dimensión geográfica de la sustentabilidad permite afirmar que los conflictos
ecológico-distributivos no deben ser vistos como expresiones de la política de
la identidad. Por el contrario, la identidad étnica o social es uno de los
lenguajes con que se representan los conflictos ecológico-distributivos, que
nacen del uso cada vez mayor que la economía hace del ambiente natural del cual
todos dependemos para vivir, en detrimento de la dimensión geográfica de la
sustentabilidad.
El fundamento político de la sustentabilidad se encuentra
estrechamente vinculado a los procesos de democratización y de construcción de
la ciudadanía, y busca garantizar la incorporación plena de las personas a los
beneficios de la sustentabilidad.
Esta se resume, a nivel micro, en la democratización de la sociedad, y a nivel
macro, en la democratización del Estado. El primer objetivo supone el
fortalecimiento de la capacidad de las organizaciones sociales y comunitarias,
el acceso a la información de todos los ciudadanos en términos ambientales, y
la capacitación para la toma de decisiones. El segundo se logra a través del
control ciudadano del Estado y la incorporación del concepto de responsabilidad
política en la actividad pública. Ambos procesos constituyen desafíos netamente
políticos, los cuales sólo podrán ser enfrentados a través de la construcción
de alianzas entre diferentes grupos sociales, de modo de proveer la base de
sustentación y de consenso para el cambio de estilo de vida hacia la
sustentabilidad.
También requiere del sinceramiento de los organismos internacionales que tienen
injerencia en la sustentabilidad a través de sus fondos para el desarrollo,
cuestión de alta complejidad.
Corolario: La dimensión educativa de la sustentabilidad
El concepto de educación ambiental es dinámico, es decir, se modifica
a la par del medio ambiente y también según la percepción de los distintos
sujetos sociales y contextos. Tradicionalmente se trabajaban los aspectos
naturales del medio desde planteamientos próximos a las ciencias naturales.
Posteriormente, se planteó la necesidad de incluir de forma explícita al medio
ambiente en los procesos educativos, pero la atención se centró en cuestiones
como la conservación de los recursos naturales, la protección de la fauna y
flora, etc.
Actualmente se reconoce que aunque los elementos físico naturales constituyen
el sustento del medio ambiente; también las dimensiones socioculturales,
políticas y económicas son fundamentales para entender las relaciones que la
humanidad establece con su medio y para gestionar mejor los recursos naturales.
También se ha tomado conciencia de la interdependencia existente entre el medio
ambiente, el desarrollo y la educación. Es esa conciencia la que conduce a
demandar la reorientación de la educación ambiental de modo que, además de la
preocupación por el uso racional de los recursos, florezca el interés por el
reparto de esos recursos y se modifiquen los modelos de desarrollo que orientan
su utilización.
La dimensión educativa de la sustentabilidad es una respuesta duradera que se
considera transversal a toda la educación y que aporta un nuevo paradigma que
brinda un profundo giro de innovación cultural.
La educación ambiental es un proceso de toma de conciencia y acción sociales
sobre los problemas ambientales y sus alternativas de solución. Esta
definición, socialmente reconocida por la población en general, por quienes
participan activamente en pro del ambiente, por los profesionales, científicos
expertos y por los educadores, revela una distancia notable entre el discurso,
es decir, lo que se manifiesta verbalmente y la acción, lo que se hace. La
praxis –en términos de la dimensión educativa de la sustentabilidad-, parece no
coincidir con las consignas consabidas porque de ser así no sería tan evidente
el contraste entre los resultados económicos promisorios y los indicadores de
la Tierra amenazada consecuentes con el sobre-consumo y la pobreza, raíz de los
problemas ambientales.
El saber ambiental es
interdisciplinario y ha reunido un marco teórico de gran solidez. Este saber no
es un ámbito nuevo del conocimiento o una nueva disciplina, sino un campo de
conocimiento en el que convergen los aportes de conceptos y metodologías de
diversas ciencias que tratan los sistemas ambientales complejos que funcionan
como conjuntos de interacciones entre las distintas esferas de la Tierra y el
hombre.
En síntesis, la dimensión educativa de la sustentabilidad resulta clave para
comprender las relaciones existentes entre los sistemas naturales y sociales,
así como para conseguir una percepción más clara de la importancia de los
factores socioculturales en la génesis de los problemas ambientales. En esta
línea, debe impulsar la adquisición de la conciencia, los valores y los
comportamientos que favorezcan la participación efectiva de la población en el
proceso de toma de decisiones.